Comentario
La producción característica del estilo severo es la estatua de bronce, dos de cuyos ejemplares más conocidos y representativos, el Auriga de Delfos y el Poseidón del Cabo Artemision, nos han llegado en bastante buen estado de conservación.
El Auriga de Delfos es uno de los mitos del arte griego, un original de 1,80 m. de altura, que tiene la rara particularidad de conservar los ojos. Formaba parte de un grupo, del que se conservan restos del carro y de los caballos, dedicado por el tirano Polyzalos de Gela (Magna Grecia) tras una victoria en los Juegos del año 478 o del año 474. Lo que más sorprende en esta obra es su enorme cohesión, es decir, la absoluta primacía del todo sobre las partes, junto a la que destaca la enorme tensión acumulada en la figura, que se muestra erguida y quieta sobre el carro, pero agitada por un dinamismo que fluye de su interior. Estos rasgos adquieren especial interés cuando se valoran los aspectos técnicos de la escultura, que fue fundida por piezas con una técnica de soldadura que nos es desconocida.
Se ha supuesto que el modelo fue de madera por la apariencia dura y maciza que revelan los pliegues del chitón, aparte de que el grosor de la lámina de bronce no permite pensar en el procedimiento a la cera perdida. Desde esta perspectiva se valoran mejor los detalles, entre los que salta a la vista la maravilla del plegado con sus variaciones en las mangas, en el pecho, en la cintura y en las acanaladuras verticales formadas a partir del ceñidor. Estos datos y la fuerza individualizada de determinadas partes, como por ejemplo la bóveda del cráneo, confirman el procedimiento técnico de fundición por piezas, a pesar de lo cual la unitariedad y el ritmo del conjunto no sólo no se resienten, sino que resultan prodigiosamente realzados.
Mención especial merecen los ojos por cuanto contribuyen a dar vida a la figura. Pensemos que ése es el ojo de época clásica, tal y como hemos de suponerlo en las obras de este período. Está hecho con pasta vítrea blanca, cristal y masa coloreada e incrustada en la cuenca ocular; aparte van los párpados enchapados y las pestañas. Los ojos miran en distinta dirección, o sea, bizquean ligeramente, efecto que nos resulta extraño, pero que no es raro ni infrecuente en la Antigüedad, pues se relaciona con el interesante fenómeno de las asimetrías.
En atención a lo fisiognómico hay que señalar también la facilidad del escultor para mezclar detalles ideales con otros realistas. En este sentido los pies del auriga con su dura estructura ósea, deformidades, venas y tendones minuciosamente observados y reproducidos son una lección de realismo como el arte griego no volvió a dar con tal intensidad hasta el Helenismo. Conviene tenerlo muy en cuenta, para saber a qué carta quedamos a propósito del tópico del idealismo en el arte griego. Como el Poseidón de Artemision, el Apolo de Olimpia y demás creaciones cimeras de la primera época clásica, el Auriga de Delfos demuestra la gran preocupación que el arte griego tuvo por lo fisiognómico e iconográfico, de forma que la caracterización interior y exterior de la figura no dejen lugar a dudas sobre la calidad y categoría individuales.
Rasgos tipológicos e identificaciones corporales son suficientes para saber que el personaje representado en este caso es sencillamente un joven auriga, un muchacho cuyo oficio es guiar carros, pero de ninguna manera un hombre distinguido o el mismo Polyzalos, como se ha pensado por el hecho de llevar la cabeza ceñida por una taenia, una cinta primorosamente adornada con un meandro de plata.
Y llegamos a la cuestión crucial, quién es el autor de obra tan señalada. La discusión y las hipótesis encontradas se han sucedido sin alcanzar acuerdo. Hoy se acepta la procedencia de un taller suritálico, de acuerdo con la costumbre antigua de hacer encargos a artistas locales. Por estos años hay en el sur de Italia fundidores, orfebres, y toreutas muy capaces, entre los que las fuentes destacan a Pitágoras de Rhegion, artista prolífico que había hecho para Delfos un grupo de pancratiastas y al que las fuentes recuerdan por el realismo de sus creaciones. Esto es lo más lejos que se puede llegar por el momento. Con seguridad sólo se puede adscribir el Auriga de Delfos a un taller probablemente siciliano de los años 70.
Otro bronce original del período severo es el Poseidón del Cabo Artemision. Quien lo ha visto de cerca en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas, si además ha tenido la fortuna de hacerlo despacio y con holgura, sabe la impresión especial que supone contemplarlo. Ocupa el centro de la sala, pero la llena toda de manera que el espectador, vaya hacia donde vaya, se lo encuentra y se siente alcanzado por la energía que emana del torso y despiden las extremidades. Aunque el Poseidón se fecha a finales del decenio 470-60, las bases de su esquema compositivo, tan justamente admirado, se conocían desde antes, como prueba el Aristogitón de los Tiranicidas, y se utilizaban con frecuencia, a juzgar por pequeños bronces de Olimpia y por la estatuilla admirable del Zeus de Dodona. No por ello hemos de restar mérito a la obra, pues el paso a gran formato exigía conocimientos acendrados en la técnica de fundición, dados el dinamismo y la fluidez del entorno de la figura, en la que se advierte la oposición entre rasgos esenciales, típica del estilo severo. Así, por ejemplo, al ritmo deslizante y a la cadencia circular se contrapone la solidez del torso que sobre un motivo de base amplio en apariencia, aun cuando los puntos reales de apoyo -talón del pie izquierdo y parte anterior del derecho- son exiguos. Lo mismo se puede decir del modelado, que consigue generalizar la impresión de vigor corporal a base de musculatura, tendones y venas plenos de vitalidad y pormenoriza, en un alarde de plasticidad, la descripción del peinado y de la barba.
Como toda la estatuaria clásica y, aún más, la del estilo severo, el Poseidón de Artemision responde a la norma estricta de la frontalidad y de la apariencia de lámina. A ella se adapta el motivo de lanzamiento del tridente, acción que combina el equilibrio del esquema compositivo con la tensión que precede al movimiento impetuoso.
Originales de bronce hemos de presuponer también para otras creaciones representativas del estilo severo que sólo conocemos en copias de mármol. Entre las estatuas masculinas sobresale una de Apolo, de la que se conocen varias copias, la mejor de las cuales se conserva en Atenas y se conoce como Apolo del Omphalós. Observa fielmente las exigencias del contraposto y tanto la ponderación como el modelado, e incluso el detalle arcaizante del peinado, se relacionan con las soluciones que aparecen en Olimpia, de donde deriva la cronología entre 460-450 propuesta para el original del Apolo del Omphalós.
Entre las obras representativas de la estatuaria femenina, la Hestia Giustiniani, la llamada Aspasia o estatua de Amelung y la Démeter de Cherchel jalonan la evolución del estilo severo al de la madurez clásica. Las tres adoptan la típica forma cerrada, que acentúan los flancos rectilíneos y la cabeza velada, y las tres comparten el ideal de grave compostura. Mientras la equilibrada ponderación y sobriedad expresiva de los paños en la Hestia Giustiniani hacen pensar en un original de 470-460, el juego de piernas más movido y la riqueza en el tratamiento de los paños permiten fechar el original de la Démeter de Cherchel por los años 40, próximo ya al círculo del Partenón.
Entre ambas se sitúa la llamada Aspiasia, o estatua de Amelung, en honor del arqueólogo que asoció la cabeza y el cuerpo dispersos hasta entonces. Es obra debida a un escultor peloponésico y se la ha considerado trasunto de la Sosandra de Kálamis, extremo difícil de probar. Se trata, sin duda, de una representación majestuosa y magnífica de una diosa totalmente envuelta en un manto, que sólo deja libre el rostro. Los rasgos estilísticos sugieren una cronología inmediatamente posterior a las esculturas femeninas de Olimpia, a comienzos de los años 50.